Sigmund Freud, si pudiera psicoanalizar a Rubalcaba, determinaría que el complejo de Edipo tardío del aspirante socialista le está empujando a matar al padre Zapatero.
Sigmund Freud, si pudiera psicoanalizar a Rubalcaba, determinaría que el complejo de Edipo tardío del aspirante socialista le está empujando a matar al padre Zapatero. En sentido figurado, claro. Y no es para menos. La herencia que el presidente del Gobierno le deja a su sucesor es la peor que querría asumir ningún candidato. Pero el problema es que Rubalcaba, por mucho que intente acabar con ZP, no puede ocultar que es cómplice de todos sus actos. Es una cuña de la misma madera. Los cadáveres en el armario del candidato Alfredo, la portavocía del Gobierno de los GAL, la alargada sombra del Faisán que no deja de revolotear y su pertenencia al Gobierno que negó la crisis, fabricó cinco millones de parados y es responsable del mayor recorte social de la democracia, suponen un lastre que no puede pretender que pase inadvertido. Disfrazarse ahora de “oposición” le acabará enemistando con sus propios conmilitones. Haberse tirado a la piscina este fin de semana diciendo que “nos estamos pasando en la dosis de ahorro” le ha supuesto que hasta Salgado le haya tenido que replicar.
En la tragedia de Sófocles, Edipo acabó arrancándose los ojos para vagar como un pordiosero, arrepentido tras matar a su padre y yacer con su madre. En nuestro sainete contemporáneo, difícilmente nuestro personaje lamentará haber eliminado a ZP ni haber mancillado la confianza de los ciudadanos. Las reacciones heroicas o de altura moral no son su especialidad, ni aun encaramándose a los coturnos del poder. Puestos a buscar un personaje, se asemeja más a Caronte, el hijo de la noche que pilota la barca que lleva a los muertos a la región infernal al otro lado de la laguna Estigia. Una singladura en la que nadie en absoluto desearía acompañarle.
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